El menor de los Chávez

En cuanto el difunto lo mató, el silencio se hizo perpetuo en el barrio. Digo que el difunto, no por creer en fantasmas ni ánimas vagabundas, sino, porque al tener el valor de matar a uno de los hermanos Chávez; valor o solemne estupidez, ya te han declarado muerto. En todo caso tendrías que irte del pueblo y luego de la ciudad, y luego de la provincia. Pero, así y todo, estarías ya, condenado. Y eso a veces es peor, sobre todo si tenías una buena vida como la de este joven valiente (cada vez me convenzo más en llamarlo estúpido o también en este caso serviría, un pobre idiota). Una buena vida, según mi simple juicio, o juicio simple, de simple camarero, pero hábil escrutador de la psicología humana como el que soy. Un trabajo aburrido y con buen sueldo, una novia guapa, pero no hermosa y una pequeña casa cerca de todo esto, del aburrido trabajo y de la no hermosa novia. Pero el tipo lo tuvo que echar a perder. No digo que el menor de los Chávez no se lo buscara, siempre se lo buscaban, y seguramente, en secreto, el cien por ciento del pueblo festejó esa muerte, porque hay muertes que se festejan, eso es así. Le duela al cristiano que le duela. Porque cuando el mayor de los Chávez juró venganza, nadie dijo nada y si supieran donde escapó el joven justiciero, para ganar favores, seguramente lo hubiesen delatado. Los pueblos son así, le duela al lugareño que le duela. Ahora el joven ya está muerto, muerto como el que rompe con las tradiciones, muerto en el destierro, escondido en algún lugar, que no es el suyo, supongo. Es cierto que las voces corren más rápido que las patas de los caballos. En todos los rincones se sabía que los Chávez lo buscaban. Dicen que él, dijo, que no lo había hecho, pero que otra cosa va a decir. El pequeño Chávez estaba tras su chica, que no era hermosa, pero se le antojaba, que se le va hacer, caprichos de críos. Y eso, una vez consumado el hecho, parece razón suficiente. De todos modos, los gitanos no escuchan razones, no se trata de eso. Es sangre y familia y punto.  Digo que, al huir, te delatas como culpable, pero también es cierto que con esta gente es imposible dialogar. Y él, prefirió escapar y morir en vida antes que morir como quien diría, muerto, pero bien muerto, apuñalado en la playa como el hijo de José, el carpintero, o de un tiro en el estómago entre el bullicio de la cabalgata de reyes, en las fiestas del pueblo, como aquel pobre forastero que no supo ni beber, ni callar. Porque, vio; en este pueblo, el único viejo que llegó a cien años, fue Don Eugenio, el mudito. Que todo lo veía y nada decía, que en paz descanse y Dios lo tenga en la gloria, amén.  

Yo, personalmente y como hábil escrutador de la psicología humana, creo que había que esperar el momento, y la confianza. El momento justo, entre el impulso animal de uno de los Chávez y un posible culpable por una causa que un pueblo como este, con tan poca imaginación, comprendería. Un amor, y aunque ya nadie muere por amor desde hace siglos, se lo creyeron. Y la confianza; la confianza que te puede dar el tipo que te sirve el café día, tras día.  Nada más. Esta gente es así, y así hay que ser, para hacer lo que se debe hacer. 




Julián Alejandro Rosa

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