A través de los ojos

El primer temblor lo despertó. El segundo, este más fuerte, lo hizo dudar. Su mujer, que no creía en esas cosas, lo miró y rió, con esa condescendencia, que da el no creer. Porque, que el creer, sea más fuerte que la razón, no quiere decir que en lo que creas sea verdad, para nada. Pero si, es verdad, que la fe mueve montañas y que, la verdad, a veces, solo complica un poco las cosas. Es que, en verdad, no estamos preparados para la verdad, así somos, -Pensó-, y otro temblor lo hizo salir de sus pensamientos. Este tercer temblor y crujir de la cabina, le hizo entender que no hace falta creer o no creer, que de pronto, lo que tiene que pasar, pasará. Que él tuvo una advertencia, y no hizo caso. Sintió que había desperdiciado esa oportunidad que se presentó como divina, esa oportunidad que no habían tenido esos otros pobres pasajeros. Bueno, si era por él, posponían el viaje, no costaba nada viajar al día siguiente, pero su mujer insistió en que no creyera en esas tonterías. Él, recordó la mirada de aquella mujer, su pañuelo verde, tan verde como esos profundos y perpetuos ojos. Y en la mirada no se miente, simplemente no se puede ocultar la verdad. 

Al aterrizar, sanos y salvos, comprendió que no es mentir, si se cree, aunque en lo que se crea no sea lo que suceda y que aquella mirada, de ojos verdes y profundos, mostraba la realidad en la que la gitana creía y que, por eso, no mentía al decirle, que ese viaje le traería la muerte. Pensó que como todo tiene un margen de error, acaso también las predicciones lo tendrían. 

La estadía le trajo una constante presión. Esa asfixiante isla, a la cual fueron, según el consejo de aquel joven y apuesto doctor, serviría para aliviar aquel tormento que, hacía años, el hombre venía sufriendo, terminó por condenarlo prisionero de sus miedos y pesadillas. Todo fue a peor, y poco a poco el hombre fue entrando en una depresión sin retorno, del cual sería imposible escapar. Su mente ya estaba trastocada por el miedo a la muerte y a la tormentosa espera. Siguió sufriendo, hasta que fue demasiado, y decidió, quitarse la vida. 

Él, no había podido ver la mentira en la mirada de su mujer, porque ella no creyó en lo dicho por la Gitana. Pero como los ojos de su marido tampoco pudieron mentir, como toda mirada que es, en esencia, sincera, ella, supo que él, había creído, y ese fue el comienzo del plan. Es que, si crees que vas a morir, así será, el tiempo y las circunstancias se encargaran del resto.  

El primer temblor lo despertó. El segundo, lo hizo dudar. Su, ahora nueva mujer, lo miró, con la condescendencia que da la seguridad de saberse dueña del destino. El joven y apuesto doctor, la miró, y supo, o acaso creyó, que todo estaría bien, ya que la mirada no puede mentir, en ella se oculta el alma. En los ojos se esconden los espíritus de los que, al morir, abandonan el ser y se unen a nosotros. 

    


Julián Alejandro Rosa

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