En espera de resolución

 Observó las montañas y sintió el capricho de mirar. Como el viento les daba forma con la ayuda del tiempo. Como aquel que mira y espera, mirando las montañas; en un misterioso capricho, como cualquier capricho nace misteriosamente. 


Somos seres frágiles, -pensó-, de tiempo finito en esta tierra, de carne sutil y músculos vivos. Somos seres inauditos, capaces de mirar a través del viento y del tiempo.

 Y aun, sabiéndose de carne desechable, que en el olvido solo es carroña, miró y esperó; ella no tardaría en llegar. Pensó en el pensamiento, también, pensó en que somos de palabras, de símbolo y estruendo, pensó en ese crepitar que es carne y segundo, que nace del sexo, del instante, del placer que surgió del deseo. De lo químico, de las reacciones que dicen, algunos, tienen su efecto. Pensó en dejar de pensar, pero eso era pensar y no pudo hacerlo. Pensó en ¿por qué? Y ¿Para qué?  Y sin pensarlo, se dio cuenta que todo el pensar salió de una imagen, como un dialogo con aquella montaña, que en su mente se transformó en imagen viva, en palabras y movimiento. Segundo a segundo su carne envejecía, él lo podía sentir, el mismo viento que moldeaba la montaña parecía trastocar su juventud. Y como se nace de un instante, también desde un instante se deja de crecer y se comienza a envejecer. 

La espera lo había atrapado, calló en su trampa que lo consumía, pudo sentirlo. El viento de aquella montaña traía al tiempo, lo arrastraba y lo envolvía. Quiso escapar, pero del tiempo, no se puede, solo pueden los que mueren, ya que, él mismo, nos regaló ese instante, esa chispa para nacer y para ser. Ya derrotado volvió a sus pensamientos. El tiempo, que sabía esperar, se vio enfadado y se puso a pensar.    


Julián Alejandro Rosa

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